EL HOMBRE DEL SACO

– A Juan, a Lourdes y a Vicente –

Cuando salgo por la noche a mi ventana siempre descubro personajes especiales. Ayer no podía dormir y salí a las dos de la madrugada. El ululato del autillo sonaba en estéreo y de forma regular. Llegué a contar dieciocho sonidos seguidos. Todos con idéntica pausa. También me entretuve viendo el revuelo de los mosquitos bajo la luz de las farolas. Estaba sintiendo el agradable frescor de la noche, cuando una penumbra fugaz me estremeció. Fue repentina y breve. Dudé de si una sombra podía ser real entre tanta oscuridad. A pesar de la hora miré a los lados para asegurarme de que nadie me había visto dudar. Volví a centrarme en el autillo y en su aflautado eco. Pero de nuevo percibí aquello. Aunque esta vez la vi. Era alargada. La delató la luz de una farola con su nube de mosquitos. Estiré un poco el cuello por encima de la barandilla del balcón y ahí estaba. Era el auténtico Hombre del Saco. La gente ha hecho creer a los niños y a las niñas que su ocupación es llevárselos si vagan perdidos por la calle durante la noche. Dicen que los asusta y, si no se van a dormir, los atrapa metiéndolos en un gran saco que carga en su espalda. De todo eso, la única verdad es que porta un saco y no para robar niños. Lo lleva para cargar otras cosas.

         Imitando una voz afónica lo llamé y cuando me vio subió a mi balcón. Es amigo mío. Lo es desde que fui pequeño. Constaté que había envejecido muy poco y que era tan feo como lo recordaba. Le pregunté por su familia y me dijo que su hijo mayor estaba estudiando para tener su misma profesión. Luego hablamos de cuando nos conocimos. En realidad es una persona rara pero muy maja. Su verdadera misión, la que la gente no conoce, es retirar de la circulación nocturna las pesadillas. Así nos conocimos. Lo sorprendí cuando súbitamente desperté de una angustia inacabada. El Hombre del Saco estaba junto a la cabecera de mi cama intentando extraerla de mis sueños. Él se asustó tanto como yo. Pero tuvo la habilidad de hacerme entender la necesidad de permanecer en silencio para acabar con aquel delirio que no me dejaba en paz. Esa noche soñaba con el mismísimo Hombre del Saco. Pero él logró reducirlo y se introdujo a sí mismo en su propio saco. Me dijo que aquella paradoja, contraria a cualquier lógica, le llevó a sufrir una temporada de agobio y claustrofobia. Pero lo superó. No lo supe hasta ayer y le pedí disculpas. Antes de irse me mostró lo que llevaba. Era una pelea entre el miedo, el pánico y el espanto. Fue muy divertida.

LORENZO ASÍN