EL LEÓN Y LA MARIPOSA

– A Segundo curso –

Ayer vi un león desde mi ventana de atrás. No sé cómo llegó hasta la terraza de mis vecinos Marcelo y Carolina. Pero ahí estaba. Primero se paseó por el perímetro de la terraza que no es muy grande. Frotaba, con su enorme cuerpo, las paredes de ladrillo. En un instante, pasó por debajo de la mesa de madera que tienen para cenar en verano rozándola con el lomo hasta levantarla. Con su rabo tumbó las pinzas de tender la ropa y una caja repleta de juguetes de Carla y Mario, los nietos pequeños de mis vecinos. Después dio un salto y se colocó en la estrecha albardilla del muro. Me miró fijamente unos segundos y yo me agaché de inmediato. Sabía que me había visto. Al rato, levanté un poco mi cabeza pero el león ya no estaba. Eso me dejó preocupado. Pensé, a pesar de la distancia, que igual podría saltar y llegar hasta mi casa. Una vez escuché en un documental que los felinos son capaces de dar brincos enormes.

        Volví a sacar la cabeza y sólo vi la terraza de Carolina y Marcelo vacía, con los colores de las pinzas y los juguetes llenando casi todo el suelo. De repente, unas enormes zarpas aparecieron en el alféizar de mi ventana tirando las dos macetas de geranios. Unas uñas enormes hacían esfuerzos por querer subir. Yo no sabía qué hacer. Olía a león. Su enorme melena se agitaba con sus esfuerzos y su boca abierta enseñaba unos dientes amarillos largos y puntiagudos. Poco a poco sus garras fueron desapareciendo por culpa de su descomunal peso, haciendo ruido y dejando unas profundas marcas blancas. La bestia cayó al vacío. Miré hacia abajo y vi al león convertido en mariposa. Era naranja, marrón y negra. Voló hasta mi hombro derecho. Me sonrió y desapareció.

LORENZO ASÍN