LA AVISPA

– A Cuarto curso –

Ayer, a través del cristal de mi ventana, vi una avispa. Las avispas siempre me dan un poco de miedo porque pican con un estilete y dos lancetas e inyectan veneno. Lo sé porque una tarde, montando en bicicleta, una se metió por mi guante y me picó. Después, además de arruinar mi paseo, casi no pude sacarme el guante de lo hinchado que tenía el pulgar. Pero esta vez, con la ventana cerrada, me dediqué a observarla. En un principio pensé que quería entrar porque no paraba de darse golpes contra el cristal. Luego comenzó a ir de un lado a otro volando cerca, pero sin tocarlo. Al rato lo hizo de arriba abajo y en diagonal. Como soy muy curioso, no quise desaprovechar la oportunidad de admirar su pequeño cuerpo. Se apreciaban perfectamente sus tres partes. Su cabeza, un poco triangular, parecía una careta con grandes ojos y antenas caídas; su tórax, cúbico, tenía dos alas transparentes y seis patas articuladas; y su gran abdomen acababa casi en punta y se parecía a un tambor conga. Todas sus partes eran negras y amarillas.

        Como quería decirme algo y yo no le hacía mucho caso, empezó a crecer. Al principio era como un grillo, después ya era como un gorrión. Creció tanto que empecé a preocuparme, aunque, la verdad, aquello no dejaba de ponerse interesante. Al instante ya era del volumen de un gato y luego como el de un lobo mediano. El zumbido de sus alas sonaba también desproporcionado y los golpes contra el cristal cada vez eran más vigorosos. Llegó un momento que alcanzó el tamaño de una niña o un niño de cuarto curso. Se puso de pie apoyada en sus patas traseras y con las delanteras me tocó en el cristal para que le abriese. No sabía qué hacer. Estaba tan aterrado como entusiasmado teniendo una avispa de tal tamaño a pocos centímetros de mi cara. Pero cuando la oí hablar me tranquilicé, y aun con el riesgo que suponía que me pudiese picar e inocular una gran dosis de veneno, abrí  la ventana. No me hizo nada, tan solo se inclinó entre el tórax y el abdomen, como si de una reverencia se tratase, y me pidió disculpas por haberme picado una tarde de junio cuando iba de paseo en bicicleta.

LORENZO ASÍN