EL GATO DE LOS CIEN COLORES

– A todas las abuelas y abuelos –

Ayer, cuando salí a tomar el fresco a mi ventana, vi que la atmósfera estaba inundada de colores. Flotando, había manchas rojas, amarillas, blancas, negras y azules. Eran tantas que me resultó imposible poder contarlas. A ojo calculé más de cien. Las había grandes y pequeñas, con formas de disco y de pelota, de rombos y estrellas de colores. Algunas de esas manchas se estiraban y otras se encogían. La mayoría hacía piruetas, caían al suelo y de nuevo se elevaban. Estaba disfrutando viendo toda esa pigmentada incertidumbre, cuando de repente una mancha azul se rozó con una negra. Aquello no les gustó demasiado y discutieron un buen rato. Las demás manchas se acercaron y se montó un altercado muy gracioso y colorido. Un rombo blanco empujó a un disco rojo y lo aplastó contra otro azul. La discusión iba en aumento hasta que empezaron a cambiar los colores. Una roja se unió a una blanca y ambas se convirtieron en rosa. Otra roja lo hizo con una amarilla y apareció la naranja.

         Poco a poco se dieron cuenta de que no estaba tan mal eso de transformarse y empezaron a tomarlo como si de un juego se tratase. Una mancha azul se introdujo en una amarilla y resultó una estrella verde. Buscando nuevas tonalidades, una blanca toco a otra azul y se convirtió en algo más clara. Esa azul clara cambió a violeta cuando se soldó a una roja con forma de bola. El gris lo descubrieron al acariciarse una pelota blanca con una negra. Menudo embrollo. Lo más gracioso fue ver la combinación de tres y hasta cuatro colores. El tono turquesa nació con el azul intenso, el amarillo y el blanco; el ocre, con una pizca de negro y rojo y una dosis de azul y amarillo; y el color marfil, con un gran abrazo del amarillo, el negro, el blanco y el rojo. De repente se oyó al color carne gritar de alegría por haberse convertido en humano al mezclar cinco colores. Tanto insistieron que todo quedó reducido a un enorme enredo con forma de esfera blanca rodante. Al toparse con la pata de un gato negro dejó de dar vueltas. El minino jugó con ella creyendo que era un ovillo hasta que reventó delante de sus narices. Una repentina lluvia de tintes y pigmentos cayó sobre él. Desde entonces es el gato de los cien colores y la mascota de la ciudad.

LORENZO ASÍN