EL CABALLERO DE LA EDAD MEDIA

– A Primer curso –

Ayer, desde mi ventana, vi un caballero de la Edad Media. Había descendido de su caballo y hacía mucho ruido al caminar. Su caballo estaba muy elegante cubierto con una especie de túnica gris con rombos dorados. Enseguida agachó su cabeza y empezó a comer las hierbas del rincón de la pared. El caballero, que había salido de su castillo muy arreglado, llevaba casco, cota de malla y un hábito blanco con cinturón y una gran cruz roja en el pecho. Su mano derecha, enfundada en una manopla, sujetaba una descomunal espada de metal. Y su mano izquierda sostenía un magnífico escudo pintado con un dragón negro rampante sobre un fondo amarillo. Se plantó en la acera usando como apoyo su enorme espada que le llegaba más arriba del ombligo. De repente el dragón se despegó del escudo y echó a volar mirando hacia todos los lados. Su vuelo tan pronto era lento como rápido. Parecía calentar o ensayar algo.

         Al poco tiempo llegó un carro, también del Medievo, y con él varios trovadores que llevaban cornamusas, laúdes, violas de rueda y cítaras antiguas. Los reconocí al instante. Lo supe porque me gustan mucho los instrumentos musicales antiguos desde que vi el más famoso capitel de la catedral de Jaca. Comenzaron a afinar y el dragón descendió. Cuando los músicos poetas comenzaron a tocar, les dedicó una reverencia impecable. Era una música dulce y melodiosa, muy agradable. El dragón ascendió sin esfuerzo y danzó en el aire armoniosamente. Yo estaba cautivado, no me lo podía creer. El dragón había salido del escudo, pero ¿de qué castillo tan importante habían salido los músicos y el caballero? A pesar de todo lo más sorprendente fue cuando acabaron. Todos ellos, de un salto, se pusieron delante de mí convertidos en diminutas figuras de metal perfectamente pintadas y no mayores de seis centímetros. Los cogí y los puse en unos tarros vacíos de mermelada. Ahora, cuando los miro cada día a través del cristal, me obsequian con espectáculos de música y danza increíbles.

LORENZO ASÍN