EL MALABARISTA

– A mis tres sobrinos y a mis tres sobrinas –

 

Cuando ayer noche miraba por mi ventana advertí que alguien salía de un monovolumen. La persona era alta, delgada y joven. Vestía unos pantalones oscuros hasta las rodillas con tirantes, una camiseta de rayas horizontales y unas medias a juego. Me hizo gracia ver a alguien con esas pintas por la noche. Había mucho silencio. Enseguida hizo unos ejercicios de estiramientos con las piernas, los brazos y el cuello. Después sacó del bolsillo unas pelotas blandas parecidas a las de tenis y comenzó a lanzarlas por el aire. Comprendí que se trataba de un malabarista. Luego sacó unas mazas de colores y empezó a jugar con ellas. Llegué a contar seis. Era capaz de pasarlas por su espalda y por debajo de sus piernas. Su habilidad para manipular esos objetos era extraordinaria. Más tarde sacó de su furgoneta un rodillo y una tabla, se subió encima y haciendo equilibrios lanzaba por los aires hasta siete anillas. Cuando quiso terminar de marearlas, levantó un brazo y una a una fueron entrando hasta quedar colocadas en su hombro. Descansó un rato y comprendí que lo que iba a presenciar esa noche sería una primicia mundial. Efectivamente se fueron sucediendo juegos con sombreros, palos, bastones y machetes. Su dominio sobre cualquier objeto era admirable.

         Pero lo mejor de todo fue cuando empezó a coger elementos de la noche. Primero volteó tres gatos callejeros; al rato, otras tantas ovejas de las que cuenta mi vecino para coger el sueño; cuando terminó con ellas, agarró cuatro pesadillas que salían por una ventana. Eran muy inquietantes, las suele tener mi amiga Eli. Las arrojaba a derecha e izquierda, arriba y abajo controlándolas con una perfección envidiable. No me lo podía creer. Su habilidad era tan asombrosa que no tuvo ni siquiera un titubeo. Pero mi mayor sorpresa fue cuando arrancó dos farolas y un árbol y los movió a gran velocidad por encima de su cabeza en una ejecución excelsa. Cuando pensaba que había llegado el final del espectáculo, levantó su mirada al cielo oscuro y bajaron Mercurio, la Luna y Marte. Suavemente se colocaron sobre sus manos y los iba cambiando de posición como si de tres plumas se tratase. Me quedé con la boca abierta. Por último, tras colocar un astro sobre otro en la palma de su mano, de un elegante salto, casi levitando, se situó de puntillas en la barandilla de mi balcón. Me regaló los tres astros convertidos en tres pelotas suaves y blandas para hacer malabares. Tendré que probar.

LORENZO ASÍN