LA CAJA DE MÚSICA

– A Tercer curso –

Ayer estaba en mi ventana mirando el vuelo de los vencejos que tanto me gusta, cuando algo me llamó la atención. Brillando entre unas viejas traviesas de madera amontonadas cerca de las vías del tren, había una sencilla caja de música. Era como las que hay en muchos dormitorios guardando las joyas de la casa. Sobre la tapa, de puntillas, manteniendo un perfecto equilibrio, había una diminuta bailarina. Tenía los brazos sobre su cabeza formando un magnífico arco. Al rato se acercó una niña con un vistoso moño trenzado sobre la coronilla, a la altura de las orejas. Tanto el tutú que llevaba como las medias y las zapatillas eran verde pastel, idénticos a los de la bailarina de la caja. La niña la cogió, se sentó en una traviesa y la puso en su regazo. Al abrirla un resplandor iluminó su cara. De ella salió un mar con dos barcos piratas: el «Venganza de la Reina Ana» con Barbanegra al mando y el «Saint James» con su capitán Bart Roberts dispuesto a todo.

         En un principio se alejaron. Uno navegó hacia el este y el otro hacia el oeste. Más tarde se enfrentaron librando una batalla como las muchas que habían mantenido por los siete mares. La niña se quedó quieta observando el combate. Parecía acostumbrada a ellos. Había piratas filipinos y japoneses, bucaneros españoles, filibusteros portugueses y corsarios ingleses. Se enfrentaron duramente primero desde la distancia con cañones, arcabuces y bombardas. Después hicieron un abordaje de estilo puro con dagas, hachas, espadas, chuzos y alabardas. Yo no lo podía creer. Tenía ante mí la realidad de aquellas películas de piratas que tanto me han gustado desde niño. Finalmente vi caer a Barbanegra en manos de Bart Roberts. Una nueva hazaña conseguida y un nuevo tesoro capturado. Toda aquella épica volvió a encerrarse en una insignificante caja de música. Tan solo Bart Roberts permaneció ofreciendo su conquista a la niña. Antes de introducirse en ella, la caja se convirtió en cofre y la niña le dijo: ¡adiós papá!

LORENZO ASÍN