LA PIRÁMIDE Y SU AUTÉNTICO SECRETO

– A Clara y a Sergio –

Ayer a media tarde salí a mirar por mi ventana y vi que por la carretera nacional se acercaba una columna de gente con grandes carros. La fila era tan larga que no alcanzaba a ver el final. Los carros, tirados por personas con cuerdas, iban cargados con gigantescas piedras de granito. A medida que se acercaban pude ver que eran egipcios de la cuarta dinastía. Me quedé petrificado y con la boca abierta. Presentía que iba a tener el privilegio de ver algo verdaderamente extraordinario. Cuando llegaron frente a mi casa, el que mandaba hizo que toda la gente se detuviese. Arengó a toda esa muchedumbre y se pusieron a construir, según pude entender, una pirámide tumba para su querido faraón. Primero prepararon el terreno midiéndolo con estacas y alineando los cuatro vértices de la base con los puntos cardinales. Después lo nivelaron con surcos llenos de agua y de inmediato comenzaron a colocar, como si de un puzle se tratase, un bloque sobre dos. Estaba contemplando a quince metros de mis narices lo que tantos arqueólogos del mundo a lo largo de la historia habían deseado.

         No paraban de llegar carros y más carros por la carretera con piedras de dos toneladas y media. Por el río también descendían falucas, con diez remeros por cada flanco, con piedras de menores dimensiones que colocaban en lugares estratégicos. La construcción iba tan deprisa que en menos de tres horas ya tenían más de media pirámide erigida. Siempre me habían hecho creer que los obreros eran esclavos duramente castigados con látigos. Pero no observé nada de eso. Eran hombres egipcios libres, bien alimentados y premiados por su fiel dedicación. Pensaba en todo esto cuando enseguida colocaron la piedra de la cúspide a 136 metros sobre el suelo de nuestro pueblo. Quedé impresionado por su perfección y magnitud, y especialmente por el método usado. No fue la teoría de gradas con ingenios de madera, ni la de cilindros rodantes, ni la de rampas múltiples, ni siquiera incrementadas. Todas eran falsas o mal interpretadas. Pero después de pensarlo mucho, he llegado a la conclusión de que no seré yo quien desvele el enigma de su construcción. Así que seguiré guardando el auténtico secreto de las pirámides.

LORENZO ASÍN