LAS GAFAS

– A Eva, a Loli y a Paqui –

Ayer salí al atardecer a respirar desde la ventana, y quedé sorprendido por algo realmente gigantesco. Unas enormes gafas me observaban a media ladera, junto al pinar de los Capitiellos. El armazón era de pasta con tonalidades marrones y las lentes parecían de cristal orgánico. Me resultó emocionante ver algo tan cotidiano y a la vez tan monumental. Parecía una escultura del célebre autor de Puppy, el perro de flores más famoso de Bilbao. El puente para la nariz se apoyaba sobre un pino de la montaña, mientras que las patillas lo hacían en la cumbre, hacia la ladera sur. Estaba claro que no eran ni de sol ni bifocales. Podían ser unisex, pero me resultaba imposible saber si corregían la miopía o el astigmatismo. Las aves quisieron jugar con ellas. Las que se paraban en el puente presentaban una estampa muy distinguida. Otros pájaros decidían descansar un buen rato sobre ellas. Algunos que volaban por detrás de los cristales de repente aumentaban su tamaño de forma desproporcionada, ofreciéndome una imagen muy graciosa hasta que salían por el otro lado con su tamaño original.

         Estaba seguro de que las gafas debían tener dueño y decidí esperar. Espantando a las palomas, apareció entre los árboles el mismísimo King Kong. Ni se las puso al imaginar que le quedarían extrañamente grandes. Al rato llegó el tiranosaurio Rex de Parque Jurásico con cara de pocos amigos y tampoco le encajaban. Le siguieron Godzilla, unos cuantos gigantes del Señor de los Anillos y un centinela de X-Men. Me lo estaba pasando en grande, todos querían las gafas de los Capitiellos. Aún se veía a lo lejos la última aparición, cuando aterrizaron por ahí la Trucha Mutante, Draco y algunos bichos monstruosos de mis películas favoritas. También Kraken de Piratas del Caribe y varios Transformers se empeñaron un buen rato en colocárselas, pero no hubo forma. Y para completar vi llegar a Mazinger Z seguido de un Interceptor de Matrix y un Trípode de la Guerra de los Mundos. A ninguno le lucían bien. Ya creía que las dichosas gafas a partir de ahora pasarían a formar parte de nuestro paisaje, cuando una descomunal mano, tanteando con sus cuatro dedos, salió del otro lado de la montaña, las agarró y desaparecieron. Jamás había visto algo tan extraordinario.

LORENZO ASÍN