EL ATLAS DE MANU

– A Sexto curso –

Ayer por la tarde salí a mirar por mi ventana. Todo estaba muy tranquilo. Pasaban los vencejos, perfectamente adaptados para el vuelo, cerca de mi fachada. Se apreciaba muy bien su cola en horquilla, sus cortas patas y la pequeña mancha blanquecina que decora sus gargantas. Un día leí que pasan nueve meses seguidos en el aire sin parar; y que comen, duermen y se quieren en pleno vuelo. Que solo se paran para hacer el nido, poner los huevos y alimentar a sus crías, pero que nunca bajan al suelo porque si lo hacen, muy pocos consiguen remontar el vuelo. Encandilado estaba observándolos, cuando vi llegar por el oeste un ave bien distinta. Volaba de arriba abajo, como dando pequeños saltos en el aire. A medida que se acercaba pude apreciar que se trataba de un libro. Sí, un libro largo, con muchas páginas coloridas y tapas duras. Era un atlas. El atlas de Manu. Solo lo entienden los niños y las niñas de sexto curso. Lo comprenden porque hace unos meses les presenté a Manu  y su atlas.

                Manu no estaba. Bueno sí estaba, pero dentro del atlas. Como se deja coger, lo agarré por el lomo y comencé a pasar sus enormes hojas. Las conozco bien porque cuando tenía seis años me hice mirador de atlas. Esa fue mi primera profesión. Nunca me arrepentí de haberme hecho mirador de atlas porque eso me ha servido para conocer mejor el mundo y para hacerme posteriormente viajero incansable. Cuando llegué a las páginas de Oceanía, Manu salió de Nueva Zelanda y me saludó. Se puso a mi lado y conversamos un largo rato. No paraba de hablarme de sus maravillosos viajes y volvió a darme las gracias por haberle regalado el atlas y el don de abrirlo y trasladarse de inmediato a cualquier lugar del mundo con tan solo pensarlo. Me dijo que tenía ganas de volver a casa para ver a sus padres. Que había estado volando por el mundo, como los vencejos, nueve meses sin interrupción. Al irse me dijo que antes se pasaría por Alaska.

LORENZO ASÍN