EL INTERCAMBIO

– A Infantil de Cinco Años –

Mirando ayer por la ventana vi algo fascinante. Un tren, que venía del norte, se detuvo en la estación. No era un tren como los que paran a diario. Éste tenía cuatro pisos. Era alto y moderno, decorado con dos franjas azules a lo largo de las ventanillas que se juntaban y volvían a separarse al llegar al siguiente vagón. En ese mismo instante, por el sur, llegó a la terminal de autobuses un enorme autocar con una cabina robusta de metal reforzado. Me llamó también la atención porque nunca había visto uno tan corpulento y fuerte. Aunque lo que resultó más atractivo fue ver bajar del tren una jirafa de unos cinco metros y medio de alta. Quizá podía explicarme que un animal africano llegase hasta nuestro pueblo, pero lo que me pareció imposible de creer era cómo pudo haber sacado el billete del tren. Desvié la mirada y pude contemplar que del autocar descendía una enorme elefanta gris de unas ocho toneladas. Tampoco entendía cómo una bestia tan descomunal podía haber venido sentada en unos asientos tan estrechos y desplazarse con la gracia y soltura con que lo hacía.

         Ambos animales fueron al encuentro y se saludaron como si se conociesen de toda la vida. La jirafa inclinó su cabeza y la elefanta elevó su trompa. Al rato la jirafa se quitó los cuernos y se los puso a la elefanta. Ésta, entonces, le regaló sus enormes orejas. La jirafa le correspondió entregándole su largo cuello y la elefanta le recompensó con sus colmillos. Así estuvieron un buen rato. Qué si yo te doy mi cola y tú la trompa. Qué si ahora mis patas delanteras y tú las traseras. Qué si servidora la cabeza y usted su enorme cuerpo. De nuevo no podía entender el porqué de sus comportamientos, ni de todo ese ir y venir de miembros y órganos tan distintos y particulares de cada cual. Cuando terminaron se habían convertido la una en la otra. ¡Menudo lío! La elefanta convertida en jirafa siguió hasta el tren y la jirafa transformada en elefanta hasta el autocar. Llegué a la conclusión de que el intercambio lo hicieron para irse por donde habían venido. O quizá no.

LORENZO ASÍN