LA BOTELLA

– A Emilia y a José –

 

Ayer, cuando salí por la tarde a mirar por mi ventana, vi un mal comportamiento. Un conductor arrojó por la ventanilla una botella vacía. La botella tuvo suerte porque no se rompió. Cayó sobre una alfombra de hierba que, gracias a las generosas lluvias de la primavera, estaba muy crecida. Rodó brevemente y se paró un poco antes de golpearse contra una piedra evitando un impacto mortal. Parecía aturdida, pero enseguida logró ponerse de pie. No le hizo ninguna gracia que varios insectos quisieran meterse dentro de ella, así que se echó el tapón por encima. Daba la impresión de que había sido una botella distinguida. Era esbelta, destacando en ella su largo cuello y su elegante etiqueta. Debió salir de alguna de las mejores destilerías de Escocia. Un chucho que pasaba por ahí la olfateó un buen rato y la dejó tranquila aunque tumbada de nuevo. Más tarde, un gato la empujó varias veces con su pata hasta que cayó rodando por un terraplén. La botella daba saltos irregulares y finalmente chocó, rebotando, contra una vieja máquina de tren parada hace años.

         Al momento, por una de sus ventanillas, salió un genio azul con una gran sonrisa. Le dio las gracias a la botella por haberlo liberado de su prisión, y quiso concederle tres deseos. Estaba presenciando desde mi ventana un acontecimiento que no se había repetido desde que Aladino frotase una lámpara maravillosa hace más de trescientos años. La botella, desorientada todavía, estaba más asombrada que yo. Tardó un buen rato en decidirse. Por fin se lanzó a pedir su primer deseo: ser rellenada de un cóctel de licor de simpatía, anisete de amistad, una onza de pisco de humildad y dos golpes de fernet de buenas intenciones. Antes de acabar, y a pesar de la rareza, ya estaba colmada de aquella bebida tan especial. Su segundo deseo fue más breve: que nadie se opusiera a tomar una copita cuando ella la ofreciese. El tercero de sus deseos lo tenía especialmente claro: que jamás se rompiese ni se agotase. El genio dudó un poco porque parecía un deseo doble, pero lo hizo posible. Sin darse cuenta, le había concedido la inmortalidad a la botella. Quedé impresionado por su inteligencia y por lo que acababa de presenciar. No me pude resistir y bajé a buscarla.

LORENZO ASÍN