LA TARÁNTULA

– A Gema y a todas las cocineras –

Ayer, mirando desde mi ventana, noté que el suelo se agrietaba. Primero apareció un diminuto agujero muy redondo por el que asomaba un colmillo. Pasado un rato, eran dos colmillos los que emergían mientras que al suelo de la calle le salían unas grietas anchas y profundas. Entonces todo se abombó y creció hasta alcanzar unos dos metros de alto. Semejante hinchazón del asfalto empezó a preocuparme. Aquello llevaba pinta de que iba a reventar. En un instante todo estalló. Trozos de pavimento y tierra, dos alcantarillas, numerosos adoquines de las aceras, varias papeleras y medio banco saltaron por los aires. Y, de repente, ahí estaba. Una gigantesca tarántula peluda apareció llena de tierra y restos del subsuelo. A mí no me daba miedo. Sabía que las realmente peligrosas son solo algunas arañas pequeñas. Esta hermosa tarántula azul cobalto con rayas anaranjadas tenía pinta, a pesar de su tamaño, de bonachona y tranquila. Sus ocho patas estaban articuladas en cinco falanges cada una. Su cabeza y su abdomen eran proporcionados y llenos de pelos urticantes que para nada debían inquietarme ya que estaban reservados únicamente para sus depredadores.

         Como buena trepadora subió hasta mi ventana y empezó a desahogarse contándome su vida. Venía de Tarento, en Italia, y no solo ella sino también su nombre. Me contó que tenía verdaderos problemas de conciencia cada vez que usaba su veneno. Primero clavaba sus colmillos y después lo inoculaba paralizando a sus presas. Así que resolvió su tormento cuando se zampó el primer coche: un Fiat Punto blanco de juguete que había perdido un niño hacía cinco meses. De ahí pasó a algo más grande hasta comerse coches de verdad. Aquello de cambiar la dieta le hizo crecer y engordar de forma tan desmedida que ahora todos se asustan nada más verla. Por eso decidió marcharse de Italia haciendo su propio túnel. Me dieron ganas de abrazarla, pero ahí seguían sus pelos irritantes. Así que la tranquilicé y animé diciéndole que cerca del río había un Seat Ritmo del 79 sin dueño. A la media hora volví a verla por los tejados del barrio eructando una rueda.

LORENZO ASÍN